Transgredir, en el significado declarado por la Real Academia Española y en los negocios, es ni más ni menos que “actuar en contra de una ley, norma, pacto o costumbre; o sea, ir en contra de la corriente. A Nicolás Copérnico esta conducta le valió que nadie ponga un nombre en su tumba, y que la encontraran un par de siglos después de su muerte. Al mundo, la iluminación, pero al transgresor, ni cabida…
Por suerte esto no le ocurrió a todos los transgresores modernos que, de una u otra forma, dieron forma al último siglo de nuestra historia. Y como quiero ser bien tendencioso con este concepto, voy a nombrar sólo un caso que lo resume: antes de idear un teléfono inteligente que marcaría un cambio de paradigma en la tecnología del siglo XXI, Steve Jobs fundó una compañía que hacía dibujos animados por computador, a la que bautizó Pixar. Y el entretenimiento nunca fue lo mismo desde que Tom Hanks le dio vida a Woody, el inefable personaje de Toy Story. A comienzos de 2006, Pixar fue adquirida por Disney por US$ 7.400 millones.
La fuerza motora
Una y mil veces escuchamos la frase “pensar fuera de la caja”, a punto que hasta nos viene un vaho de moho y naftalina cuando alguien la repite. Quizás por ese “añejamiento” nos hemos alejado de su significado: rebeldía, innovación, transgresión.
Por suerte hemos pasado de un mundo que penalizaba a los que transgredían, pensando fuera de la caja durante la edad media, a recompensar fuertemente a los nuevos rebeldes en nuestros tiempos. Aunque para ser justos, y desde mi humilde punto de vista, la transgresión creativa, el impulso de cambiar el orden establecido de las cosas, los mercados, las tendencias, los productos y el mundo en sí mismo es la fuerza motora más imponente e imparable que nosotros, los humanos, podemos utilizar.
En estos tiempos es indispensable que la usemos, porque en tanto para construir sociedades más justas debemos igualarnos, respetarnos y pensar con mente de colmena. Para sobresalir positivamente en esa misma sociedad justa, cada uno de nosotros que nos autodenominamos “emprendedores” tenemos la obligación de crear valor, mediante la diferenciación, la innovación, la ruptura, la evolución.
Esa es la tarea que tomamos cada día de nuestras vidas, aún sin manifestarlo, arremetiendo contra el orden establecido, imaginando atajos para caminos que no conocemos bien, nuevas formas para viejos dilemas que pueden no sernos del todo familiares, o soluciones para problemas que nadie nos comentó.
En el proceso aprendemos sobre el orden, los caminos, los dilemas y los problemas y resignificamos la vieja teoría del derrame, hacia la intelectualidad y la creación.
Los emprendedores le ponemos la medida justa de caos al orden, y de esto sacamos un nuevo orden. Esa es la transgresión necesaria, y ese debe ser nuestro manifiesto consciente.
Un emprendimiento exitoso necesita cinco condiciones: una muy buena idea, mucha aptitud por parte del emprendedor, conocimiento, excelente planificación y suerte.
Si la suerte está, quizás las otras cuatro no sean necesarias. Pero si no está, otras cuatro son imprescindibles. Y un emprendimiento no debe ser librado a la suerte.
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