“El viaje de Greta Thunberg al ‘lado correcto de la historia’”, titula el diario español El País una nota que retrata la llegada a Lisboa de la joven activista sueca para participar de la Cumbre del Clima en Madrid (COP25). El “lado correcto de la historia” es la analogía con la cual el periodista describe la travesía en barco con la cual Thunberg cruzó el océano Atlántico para evitar usar el avión como medio de transporte (algo que hace desde 2015).
El crecimiento deja al turismo en la mira del cambio climático
La pareja turismo-transporte tiene en su espalda la mira láser de quienes la apuntan como un responsable mayúsculo del cambio climático. También aumenta la influencia de movimientos que buscan contagiar la “vergüenza de volar”. Y el sector, lejos de poder mostrar aportes sustantivos, aumentará sus emisiones de CO2 víctima de su propio crecimiento.
Al margen de lo maniqueo de la frase (el concepto de bueno-malo suele ser mal consejero a la hora de hablar de historia), la metáfora grafica la tendencia creciente a trazar una línea que separa a aquellas actividades que destruyen el planeta de las que lo cuidan. Y la pareja turismo-transporte tiene en su espalda la mira láser de quienes la apuntan como un responsable mayúsculo del cambio climático.
LA VERGÜENZA DE VOLAR.
¿Por qué debería preocuparse el turismo por la sombra de una joven sueca? Por un lado, porque la visibilidad alcanzada por Greta no sólo ha “viralizado” el mensaje entre los irreverentes centennials, sino que ha logrado coagular conceptos que el sector, antes de calificar, tendría que entender. No por filantropía, sino porque a diferencia de años anteriores esa rebeldía esta permeando lentamente en pautas de consumo.
El “Flygskam” -que literamente significa “la vergüenza de volar”- es una consigna que apunta a que la gente busque medios alternativos al avión para trasladarse. Tengamos en cuenta que seis de cada 10 viajes internacionales por turismo se hacen en avión. Ese eslogan va de la mano del “Tagskyrt”, que sería la versión sueca del “orgullo de viajar en tren”. En Europa se puede reemplazar buena parte de las emisiones de CO2 de los aviones trasladándose en trenes (cada km. en avión contamina cinco
veces más que hacerlo en ferrocarril), pero pensemos el impacto que tendría sobre los mercados de larga distancia respecto de las principales fábricas de turistas.
Son pocas hoy las evidencias serias de que estos movimientos vayan a hacer tambalear el turismo. Pero empiezan a pulular estudios que tratan de imponer sentido al respecto. Por ejemplo, uno de la World Wild Fund (WWF) afirma que el año pasado un 23% de los suecos renunció a subirse a un avión y de ellos la mayoría optó por viajar en tren. Del mismo modo, una encuesta del portal de escapadas Weekenddesk revela que el 45% de los españoles estaría dispuesto a reservas viajes cortos sin avión con tal de reducir el impacto en el cambio climático.
LUZ AMARILLA.
¿Son esos datos extrapolables a nivel global? De ninguna manera, pero no deja de ser preocupante el cambio de clima respecto al turismo. Y en el sector empiezan a tomar nota de ello. “Si no ofrecemos una respuesta, este sentimiento crecerá y se expandirá”, advirtió Alexandre de Juniac, presidente de la IATA.
Otro que analizó el fenómeno antes de la COP25 fue Gabriel Escarrer, vicepresidente ejecutivo de Meliá, quien reconoció que el cambio climático es el mayor riesgo y que la actividad debe dar un paso adelante y liderar la reducción de las emisiones de CO2: “Debemos concienciarnos, porque se está generando un movimiento de vergüenza de viajar. Ahora con la Cumbre vamos a estar en la mira, pero no somos los culpables, somos un agente más que además está trabajando en ello”.
Dicho y hecho, en la COP25 turismo quedó en la mira, de extraños, pero también de propios. La secretaria ejecutiva de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, Patricia Espinosa, dijo la semana pasada que el turismo es una potencia económica global, tanto por su aporte al PBI (10,4%) como por la cantidad de empleo que crea, pero señaló que todo eso puede estar en peligro: “Con este tipo de éxito, ¿por qué deberíamos cambiar lo que estamos haciendo? Francamente, porque no tenemos elección (…) Si algunas compañías e industrias no se adaptan a este nuevo mundo, dejarán de existir”.
Así de cruda fue la mirada sobre la industria en la Cumbre. Al punto que la presidenta del Consejo Mundial de Viajes (WTTC), Gloria Guevara Manzo, planteó: “Simplemente decir ‘no viajen, eso ayudará al ambiente’ sería muy irresponsable y llevaría a un aumento de la pobreza, del desempleo y, en última instancia, de los daños al planeta”.
LA ENCRUCIJADA.
¿Es el “Tagskyrt” lo que desvela al sector? Definitivamente no. La verdadera encrucijada de la industria es que su imparable crecimiento lo deja expuesto a las críticas. El abaratamiento de los vuelos, la mayor conectividad y los avances tecnológicos han alimentado un desarrollo exponencial de los viajes internacionales: de los 770 millones de arribos en 2005, se pasó a los 1.200 millones en 2016 y para 2030 se estima que serán 1.800 millones. Sin contar que los arribos domésticos también se duplicarán en la próxima década. Algo que además va de la mano de la democratización de los vuelos. En 2005 sólo el 17% de los arribos (tanto domésticos como internacionales) fueron en avión, mientras que en 2030 serán el 33% del total. Y aunque la huella de carbono por kilómetro tiende a bajar, semejante crecimiento en los viajes hará que para 2030 las emisiones de CO2 relacionadas al transporte turístico hayan crecido un 103% respecto a 2005.
En números
103% aumentarán entre 2005 y 2030 las emisiones de carbono relacionadas al transporte turístico.
5,3% del total de las emisiones de CO2 realizadas por el hombre serán en 2030 generadas por el transporte turístico. Hoy es el 5%.
33% de todos los arribos turísticos (internacionales y domésticos) en 2030 serán en avión. En 2005 no superaba el 17%.
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